El primer sábado de julio, es decir ayer, fue proclamado como Día Internacional del Cooperativismo Mundial, mediante Resolución 47/90 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. En la proyección ideológica de quienes practicamos esa nueva forma de organizar los factores productivos y consecuentemente las relaciones humanas, la fecha debe servir para realizar un balance honesto de lo que hemos hecho en nuestras cooperativas. Tal forma de análisis valorativo servirá para poner en evidencia la factibilidad de la propuesta histórica.
El cooperativismo contemporáneo es mucho más que una agrupación eventual para resolver problemas económicos de las personas. Se trata de un proyecto histórico sustitutivo del capitalismo y del socialismo que hasta ahora conocemos, particularmente, a través de las experiencias trágicas de la Europa del Este. Claro que las reformas estructurales de que hablamos, en última instancia, son para mejorar las condiciones de vida de la gente, en ámbito de un sistema ético, totalmente nuevo. Lo económico es importante pero, brutalmente alcanzado, no solo repite el pasado, sino atenta contra la ilusión evolutiva del ser humano.
Dos son las diferencias fundamentales con el capitalismo, en primer lugar, la creencia poco demostrable de la imposibilidad solidaria entre el individuo y la comunidad. Los capitalistas, de todos los tiempos, creen que es imposible compatibilizar los intereses de las personas, individualmente consideradas, con los intereses de la sociedad. A partir de esa convicción, construida en la lógica de mitos y prejuicios, sostienen el derecho particular por encima de las necesidades colectivas, no es malo que los individuos tengan más que muchas personas y en algunos casos que pueblos enteros. El cooperativismo, respeta profundamente al individuo, cree que en su plena realización radica la felicidad colectiva. Es en la relación de estos dos conceptos donde la cooperación resulta la base esencial de la libertad, de la satisfacción honorable de las necesidades. Excepto gente con algunas deformaciones podría ser feliz, con su riqueza, allá donde los demás, los vecinos, los que están en la calle no tienen lo mínimo necesario para vivir. Tarde o temprano, Dios o la naturaleza, premia o sanciona, conforme a lo que la gente hace o deja de hacer.
Un día, yo invité a un funcionario internacional para almorzar en mi casa, cuando nos sentamos en torno a la mesa, tocó el timbre de la puerta de calle, salí para ver quién era, vi a una mujer representando el extremo de la desgracia, de la soledad, de la injusticia, del dolor. Desnutrida, cubierta con un vestido viejo, solo con un zapato, tenía dos niños tomados con cada una de sus manos, me miró, solo me miró, cualquier pregunta en esas condiciones era un desconocimiento cruel de la realidad. Sin decir nada, llamé al funcionario internacional para que viera a ese ser despojado de su condición humana. Richard, más pragmático que yo, regaló cincuenta dólares a la señora, ella miró el billete, parecía que no sabía de qué se trataba pero, nos miró con inmensa gratitud y se fue. Volvimos a la mesa, un cierto silencio y después yo le dije, ¿tu crees que podemos almorzar?, Richard entendió, pidió solo un café. La reunión acabó con una conclusión: para almorzar bien, con alegría y dignidad, es necesario trabajar para que todos tengan un buen almuerzo. Del bienestar colectivo deriva el bienestar individual. Trabajar por los demás en la perspectiva de nuestra propia libertad. No es fácil, requiere estudio, privaciones, entrega.
La segunda diferencia es más fácil de entender, se refiere al trabajo no pagado. Nosotros los cooperativistas, superamos la contradicción instituyendo el salario conforme a las necesidades de la gente, lo que a su vez está en relación con las condiciones de cada momento de la historia. Si cada uno sabe y está convencido que de todos modos tendrá lo necesario para vivir dignamente, la acumulación pierde sentido. El incentivo para la evolución incesante se da en ámbito de la moral, cada uno puede ser más y más, respetado y amado por la comunidad.
Y en relación con el socialismo impuesto por la fuerza, nuestra posición es irreconciliable. En tal sistema, los más fuertes imponen su voluntad y lo hacen pasando por alto toda consideración humana. La libertad es imprescindible para la evolución, es decir, para pensar y trabajar transformando la naturaleza y en esa dinámica transformándose a sí mismos. Todo orden en el que unos reprimen a los demás, a la mayoría, es retrógrado. El poder no es sino la preeminencia violenta de los vencedores, en cuya lógica inevitable, a mayor poder, extendido en su cantidad y en su vigencia en el tiempo, corresponde mayor destrucción. El orden piramidal, impuesto desde siempre, solo con diferencia de actores, tiene que ser transformado. La horizontalización de las decisiones supone un alto grado de participación, la participación es un compromiso de honor que genera una conducta colectiva altamente evolucionada.
Lo que decimos no son fórmulas que se cumplen por arte de magia o por alguna voluntad suprahumana, exige trabajo, estudio y comportamiento consecuente. No tendría sentido y quizá podría convertirse en una burla o en un engaño cruel, proclamar algún principio, alguna idea renovadora y en la práctica hacer lo contrario. COBOCE, hasta ahora, ha sentado las bases reales para exigir, a su gente, un comportamiento acorde con los principios proclamados en los diferentes documentos que se han producido. En un medio nacional como el nuestro, parece inevitable incurrir en algunas prácticas enraizadas culturalmente, pero como hechos redundantes, crecientemente extraños.
COBOCE funda su existencia en principios y valores, claramente establecidos, en su Estatuto. Lo fundamental es su concepto del ser humano y a partir de esa afirmación ontológica lo que está dispuesto ha realizar por la libertad. La economía, la tecnología, los medios materiales, no tendrían ningún sentido si no estuvieran sujetos a la conducta honorable de todos sus miembros. Honorable quiere decir respeto al ser humano, lealtad con las ideas y con las personas, capacidad evidente para cada cargo o situación, práctica permanente del diálogo y en consecuencia compromiso para descubrir y defender la verdad. Honorable quierer decir no tomar nada ni nunca lo que no le corresponda legal y éticamente hablando. Cada persona debe ocupar puestos conforme a sus méritos y a su capacidad. Los lugares de trabajo en COBOCE, son niveles de entrega y sacrificio, más allá de ventajas o privilegios regresivos. Los que lleguen a cualquier repartición o unidad productiva de COBOCE, deben comprobar que se trata de algo nuevo, limpio, decente, superior a los extremos que pugnan por dominar al mundo.
Es urgente avanzar, cada vez más, en la democracia cobociana. Tendremos que concebir otros medios para lograr la mayor participación posible de los socios en las asambleas y en todos los eventos de consulta e interacción colectiva. Plenamente abierta, nuestra cooperativa, no debe tener miedo de mostrar a la sociedad, todo lo que hace, todo lo que tiene, todo lo que piensa, todo lo que sueña. Se supone que lo que somos y hacemos es digno de orgullo.
El Cooperativismo nace de la experiencia siguiendo un desarrollo de maduración conjunta de personas y proyectos. Tiene en su base unos principios que son tan viejos y constantes como la propia humanidad: Apoyo mutuo, respeto a la dignidad humana, prioridad del hombre sobre valores materiales, el trabajo como motor de creación de riqueza y la educación como palanca de superación y perfeccionamiento colectivo e individual.
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