Cuando se analiza el multimillonario fraude cometido por Bernard Madoff se llega a inevitables comparaciones con casos similares respecto a como opera la delincuencia, pero no en los montos manejados en Bolivia. Para ponernos en contexto, en los últimos años tuvimos en el país casos similares con la Inmobiliaria Andina, en Santa Cruz; FINSA, en Cochabamba, y los recientemente denunciados por las autoridades financieras.
Madoff, un financista que basó su fama y prestigio al haber sido presidente del mercado tecnológico Nasdaq, creó una sociedad financiera internacional que lleva su nombre y un gigantesco sistema financiero de tipo piramidal cuyas cifras estimadas superan hasta ahora los $us 50.000 millones. No hay diferencia entre el sistema piramidal creado por Madoff y los que funcionaron en Bolivia.
El proceso es sencillo: se captan fondos de inversores privados a quienes se promete grandes rentabilidades, que son pagadas con el dinero obtenido de otros inversores en una larga cadena piramidal, que se rompe cuando es imposible cubrir el pago de los intereses a los inversores o el creador de la pirámide desaparece con el dinero de los inversores, o cuando la situación se hace insostenible, como el caso Madoff, en el que los hijos del mismo organizador, asustados por la descomunal proporción de los valores en juego, denunciaron esta situación a las autoridades financieras.
La diferencia entre el caso Madoff y los que hubo en el país está en los montos en juego; obviamente, no podría haber una comparación razonable de acuerdo con el tipo de mercados donde operan, lo que constituye una diferencia sustancial. Donde no hay diferencias es en el motivo que hace que los particulares inviertan en este tipo de operaciones, a pesar de conocerse casos similares que se presentaron en el pasado. Ese motivo lo encontramos en la angurria, en querer ganar sin hacer esfuerzo.
Todos los inversionistas en este tipo de estafa, independientemente del tipo de formación que tengan, basan su inversión en estas operaciones, en esa angurria que supera cualquier límite racional. El 80% de las víctimas que caen en este tipo de operaciones fraudulentas en nuestro país, proviene de estratos sociales de media clase baja para abajo, con un nivel de educación también primario; en el otro porcentaje encontramos personas de estrato social superior y con educación universitaria. Todas tienen un denominador común: la angurria.
En el caso Madoff sorprende que el mayor porcentaje de víctimas de la estafa piramidal sean instituciones financieras internacionales del más alto nivel, entre ellas el BNB Paribas y Credit Agricole, de Francia, el Banco Santander y el BBVA de España, instituciones donde muchos de los inversionistas no dudarían en depositar su dinero por la confianza que estas entidades generan. Dos reflexiones podemos sacar de este análisis: la pobreza de los marcos regulatorios, que permiten movimientos monstruosos de sumas de dinero en operaciones especulativas; por lo menos en Bolivia, la Superintendencia de Bancos y Entidades Financieras, de manera inteligente y a pesar de que este tipo de organizaciones no tienen sus actividades reguladas y fiscalizadas, se inmiscuye advirtiendo de las irregularidades de estas operaciones.
Y la otra reflexión es que no importa el nivel de educación, de preparación y de profesionalismo (quién dudaría de un banco europeo de primer nivel); cuando la angurria entra en la conciencia de los hombres, se rompen las fronteras de la razón y la prudencia. (de la sección Puntos de Vista del diario Los Tiempos. CBA.)
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