Roberto F. Bertossi *
La Voz del Interior
El cooperativismo es una de las nobles posibilidades para la promoción y el desarrollo humano en cuanto tal. Ahora bien, cabe admitir que la percepción social actual sobre el mismo, en su diseño tradicional, es claramente diacrónica: se le percibe una viabilidad extrínseca y una inviabilidad intrínseca.
En efecto, no obstante la presencia y eficiencia cooperativa de antaño, hoy están expuestas a desafíos propios de la globalización y la crisis global como –por caso– la presión competitiva.
Nuestro cooperativismo depende hoy de una cultura solidaria constante que alimente, aliente, mancomune y sostenga innovadoramente desarrollos cooperativos duraderos, eficientes y socialmente útiles, incrementando y expandiendo una cultura de la satisfacción de las necesidades físicas básicas.
En esa perspectiva, la educación cooperativa es una exigencia indispensable para un auténtico desarrollo cooperativo.
Esta educación consiste básicamente en la adquisición, conservación y enriquecimiento constante del hábito de ver, pensar, participar y evaluar, de acuerdo con los principios, el ideario cooperativo.
Actualmente, muchas cooperativas padecen el ausentismo generalizado de sus propios asociados y sólo las reglas del marco axiológico cooperativo no pueden garantizar más que la autenticidad formal de una cooperativa. Su carácter realmente cooperativo depende fundamentalmente de la presencia participativa mayoritaria y entusiasta de sus miembros, con genuino espíritu cooperativo.
Una cooperativa sin cooperativistas, –es decir, sin hombres que sientan la ética cooperativa y la traduzcan en normas de conducta– será siempre frágil, y así no podrá lograr plenamente su rol social, económico y cultural en la sociedad y comunidad circundantes.
Sobre estas premisas podemos considerar estéril y mero juego de palabras toda teoría sobre educación y democracia cooperativas y sus problemáticas de hoy, si no partimos del reconocimiento de que éstos sólo se resuelven cuando todos los cooperativistas tienen plena conciencia de sus deberes antes que de sus derechos.
Satisfaciendo esta regla de oro cultural, el conocimiento, la información, el capital humano, la innovación en la forma de hacer gestión de menor a mayor escala, encontrando nuevas estructuras organizacionales como encadenamientos productivos, de servicios e integraciones y, por supuesto, un acceso adecuado al financiamiento con mejores garantías para asociados y terceros, configurarán espacios cooperativos más atractivos y confiables.
Con esa mirada proponemos la articulación federativa de los distintos sectores de cooperativas de producción o trabajo asociado, de crédito, consumo, campesinos, vivienda y también con las cooperativas de servicios públicos esenciales, en los diferentes ámbitos territoriales.
El fin sería crear un verdadero sector de economía solidaria civil abierto a una estrategia de afines, incorporando otras formas solidarias de organización empresarial e incluso empresas familiares, para alcanzar ese punto de masa crítica que permitiera una cierta invulnerabilidad del sector frente a competencias abusivas y desleales. Sería un sector que reivindique instrumentos de apoyo de carácter financiero, comercial, tecnológico, de seguros y de formación, los que facilitarían un reposicionamiento e igualdad en esta competitividad de mercados con los sectores privados y públicos tradicionales de la economía.
La sinergia de esta alianza tendrá un efecto multiplicador y un beneficio para todos los ciudadanos por la reducción de costos, ya que no es el beneficio el motor movilizador de tal sector, sino la redistribución equitativa y la reciprocidad mutua.
Pensemos entonces en la importancia del cooperativismo en un Estado de derecho social y democrático del que todos los ciudadanos puedan tener acceso a servicios eficientes de agua potable, energía eléctrica, transporte, gas, comunicaciones, trabajo, además de educación, sanidad y vivienda, y que ello se haga en condiciones de calidad y precios justos que tiendan a asegurar un costo mínimo para que no produzca la exclusión en aquellas capas sociales lindantes con la pobreza, y por el contrario sea factor de inclusión social.
Este cooperativismo que propugnamos para hoy puede ser un importante generador de bienestar e integración de toda una Nación, razón por la cual también ya debe tener un tratamiento fiscal promotor y favorecedor de su permanencia, desarrollo y expansión, que permita mantener la oferta cooperativa de bienes y servicios, especialmente para los ciudadanos con carencias e incluso en situación de indigencia.
* Docente e investigador en Derecho Cooperativo. UNC.
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